Qué
falacia la esperanza de vivir en una constante vanguardia. Estamos tan
perseguidos, tan saciados de información y opinión, que cualquier tragedia o
feliz descubrimiento pierden valor en apenas media hora. Los contenidos
combinados que me arroja Facebook, Yahoo, BBC Mundo, Radio 5 o The New York Times hacen que me parezca
tan relevante un atentado terrorista en Islamabad como la irrupción en el
mercado cosmético de una revolucionaria crema hidratante. El maremoto de
democracia expresiva en el que se han convertido los foros virtuales necesita
con urgencia un antidiarreico constructivo.
O quizá no. Quizá convivir con esta
asfixia es el precio a pagar por poder descargarme gratuitamente en ocho
segundos un ejemplar de la revista Uncut
de noviembre de 2005, tener correspondencia inmediata y continua con el performista
jalapeño Alejandro Hermosilla o sumergirme virtualmente, a cincuenta
centímetros de mis ojos, en los remotos pasillos del Museo del Apartheid de
Johannesburgo.
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